Gracias

lunes, 6 de mayo de 2013

Llegada del Padre Ioannes a la "montaña mágica"


Tras hacer dos noches al final en Spartaria, anduvimos el camino que nos separaba la ciudad del enclave en el que ahora nos encontramos.
Los restos de edificaciones paganas campan a sus anchas, con personas que malviven en ellos. A las afueras, hemos observado un cementerio que se está levantando a la margen izquierda de la vía que usamos para dejar la ciudad. Con horror, pude comprobar como en una de las tumbas, estaban tirando parte de los restos de un pobre muerto infeliz, para poner a otro en su lugar, dejando a éste primero a los pies del segundo. Un hedor insoportable llega a nuestras fosas nasales. El olor de la muerte no deja indiferente a nadie. Y menos en esta ciudad, donde cada día llegan nuevos cadáveres procedentes de las guerras que tienen contra los impíos godos. Esos llegados del norte, y que gobiernan desde más allá de las montañas que separan la zona de costa con el interior de Spaniam. Esos que gobernaban en Galia hasta que fueron expulsados por cruenta guerra.
Siguiendo en parte la antigua calzada romana, hemos pasado a caballo por lo que, creo, en otros tiempos fueron enterramientos de los romanos que gobernaron estas tierras, hace unos cuantos siglos. Las personas que viven alrededor, han destrozado el reposo de los que moraban las antiguas ciudades de los muertos. Que saludaban, a veces alegremente, a los caminantes que se acercaban a Carthago, la de las amplias murallas. Murallas que, parece ser que están siendo restauradas en parte. Nos comentó nuestro guía, Apostholos, que también habían visto restos de la que dicen, era la muralla que levantaron los fenicios llegados de Africa. Pero mis compañeros y yo, dudamos que sea cierto. 
Nos habían dicho, que incluso en algunas de las tumbas vivían personas. Y hemos podido constatar que esto es cierto, porque en la Hilada de piedras que quedan intactas de los antiguos, se levantan casas de una sola habitación. Las personas que las habitan han robado parte de las cubriciones de las tumbas, quedando las cenizas y huesos al aire. Es una imagen decadente, que viene a completar lo que pensábamos sobre la "capital" de la Renouatio de Iustinniano.
Pero el contraste con el paisaje que hemos podido ver en los montes cercanos, donde una vez hubo minas, es desolador. Todavía hay pequeños grupos de buscadores de tesoros y mineral, que secuestran a niños y los usan para entrar en las cámaras que quedaron abandonadas. Muchas veces esas cámaras se desploman, quedando los niños atrapados. Mi colega Vercinx, -nombre puesto por su padre, todavía impío-, tuvo que actuar y consolar a un padre. Su hijo, esclavizado por unos malhechores, fue sepultado en una de esas cámaras. Dos semanas después, sólo encontraron su cuerpo desmembrado, y sin brazos. Nuestro hermano, se quedó para acompañar a los padres en la liturgia por el niño, de siete años.
Finalmente, tras un día duro de camino, viendo más crueldades y penas de los hombres, llegamos, como de improviso, a la "montaña mágica". Es como llegar a otro mundo totalmente distinto. Hemos dejado atrás la penosa civilización, y hemos arribado a un vergel, cercano al mar. Todo en él es tranquilidad. Los árboles se agolpan en un festín de vivacidad, llegando a tapar, incluso, la pequeña ecclesia construida a la falda del monte. Tienen razón los que lo tildan de mágico, aunque caigamos en herejía. Sientes una paz al llegar, que te inunda y contactas con Nuestro Creador. Unos hermanos, llegados de diversos puntos del antiguo imperio que ahora se hace pedazos, se han instalado en la ladera del monte, realizando pequeñas cuevas. Viven de ermitaños, y los hermanos que viven abajo les suben comida y agua.
Pronto enviaré noticias sobre cómo es la vida aquí, pues recomiendo a todo cristiano que peregrine, por lo menos una vez, a ésta parte de la Carthaginense, apartada de toda banalidad.

lunes, 29 de abril de 2013

Breve descripción de Carthago-Spartaria realizada por el Padre Ioannes (año 563 del nacimiento de NSJC)


Arribamos a la ciudad de Carthago-Spartaria, con la esperanza de que todo aquello que nos habían comentado durante el viaje no fuera cierto. Pero no es así. Desgraciadamente, he de confirmar, como aportaba en la anterior misiva, que el estado de la ciudad es tal, que las pocas personas que todavía resisten al abandono gubernamental y a las enfermedades provocadas por el penoso mar interno, se agolpan en la ladera del monte que llaman de Sculapio, dios pagano de la medicina. Malviven en los restos de un edificio abandonado, en el cual podemos ver las ruinas nefastas de lo que en otro tiempo, dicen, fue un edificio de espectáculos. Suponemos que de esos entretenimientos mundanos de los que gustaba disfrutar a los paganos. Con hombres vestidos como mujeres, con amplios tacones de madera. Riéndose de sus gobernantes y dioses como gustasen. Un teatro. Por el Espíritu Santo. ¡Un teatro! E incluso a alguien se le ha ocurrido reutilizar una de las entradas laterales como zona religiosa. Nuestro señor no se merece ese acto tan impío. Y no sé cómo el sacerdote del lugar ha permitido tal desfachatez.
En el mismo sitio, donde antaño se encontrarían las gradas del edificio, ahora hay casas. Sucias y desvencijadas, de una sola habitación, en las que habitan familias enteras. Las gallinas y demás animales campan a su alrededor, rodeados a su vez de basureros excavados en el suelo. Y eso da un aspecto más ensordecedor a la imagen.
El monje que ha venido a nuestro encuentro en el muelle, nos ha confirmado que pasaremos la noche en esta decrépita ciudad. Incluso quiere que demos una vuelta por lo que fue el centro de la colonia romana. Ahora está casi deshabitado, pero en otros tiempos, parece ser, gozó de gran esplendor. De hecho, y para que tengamos, según él, un acomodo mayor, nos vamos a hospedar en la antigua basílica de lo que fue el foro. Pero cual es nuestra sorpresa cuando vemos que tenemos que compartir cama con ovejas y demás rebaños. ¡Han usado los edificios como porqueras! E incluso la antigua curia del foro romano, es ahora lugar de prostíbulo. Lo único que permanece en parte sin tocar, son las calles, bien trazadas por los antiguos romanos, al conquistar la ciudad a los púnicos. 
Pero incluso en algunas de las calles vemos como se han excavado vertederos para defecar y tirar la basura de las comidas.
Así pues, la visión general que puedo tener de Spartaria es la de una ciudad muerta.
Cuentan que muchas de las personas que vivían aquí y en los alrededores, se han trasladado al interior. No quieren vivir bajo el dominio de los romanos de Oriente. Prefieren ir a ciudades como Elo o Begastri. Dicen que con los visigodos, aunque no sigan los preceptos del Concilio de Nicea, viven mejor. Que sus ciudades no apestan, y que los obispos son respetados. No como en la zona gobernada por los orientales.
Al entrar en lo que antes era el foro, hemos podido ver lo que pueden ser antiguas piscinas, de los baños públicos que existen en toda ciudad por la que hayan pasado los romanos. Pero, al igual que muchos edificios, se encuentran abandonas, con hierbas que les crecen rompiendo los muros antaño fuertes. Incluso alguna familia sin hogar se refugia en el interior, haciendo fogatas. 
También hemos pasado por la plaza foral, hallando en ella algunos hornos, en los que se fabrica desde pan hasta vidrio, armas. En fin, todo un conjunto de olores fuertes que no dejan respirar a nadie.
Dicen las leyendas que hemos podido leer, que fue fundada por un héroe de la Guerra de Troya, aquel episodio mítico sin duda. Y que luego fue capital de numerosos imperios y culturas. Que fue la de las altas murallas. Pero ahora sólo quedan casas de techos bajos. Que fue la de los imponentes edificios de mármol. Y hoy en día vemos como los habitantes se llevan esos productos carísimos para aglutinar las construcciones de sus casas. Hay capiteles en las paredes y figuras que sirven como objeto para que los niños tiren piedras. 
En fin, una amalgama de colores grises se cierne sobre Spartaria, alejada de la mano del Altísimo. Esperemos que con la labor que pretendemos realizar, logremos que vuelva a ser consagrada y tocada por la mano de Dios.
Mañana, nos dirigiremos a la montaña "mágica".

Los monjes galos arriban a Carthago Spartaria


El levante arreciaba aquella mañana de Marzo. El pequeño barco que conducía a los portadores de nuevas ideas, venidos de la antigua Galia, llegó al puerto de aquella a la que llamaban Carthago-Nova cuando el primer rayo de sol apuntaba en el horizonte isleño.
Habíamos llegado a Hispania, otrora provincia del acabado Imperio Romano de Occidente, en flaca decadencia desde que las minas dejaron de dar sus frutos. Nada más descender por la pequeña pasarela que nos conducía al muelle, nos dimos cuenta que aquella ciudad había vivido tiempos infinitamente mejores. Ahora sólo podíamos observar marineros borrachos agolpados en las tabernas de mala muerte, junto con prostitutas que ofrecían su servicio incluso a nos, monjes llegados del norte. Lo único que podíamos hacer por varias de las gentes allí agolpadas era rezar, porque el señor misericordioso los llevara al buen puerto del descanso eterno, antes que se hicieran más daño a ellos mismos y a los que les rodeaban.
Llegó entonces a nuestra altura, el olor insoportable de un contenedor en el cual, según decían, descansaba la última producción del famoso "garum", la salsa de pescado tal alabada por el impío Plinio siglos atrás. Había tenido la oportunidad de leer sus obras, al igual que las de Polibio y Livio, para ilustrarme sobre la más que honrosa historia de esta deprimente ciudad.
En la actualidad se encuentra en poder de los romanos de oriente, venidos de Bizancio, por la gracia de su señor, Justiniano. He de decir, que las noticias que llegan no son buenas, puesto que, mientras que el emperador agoniza en sus palacios opulentos, su imperio renovado también agoniza con él. Los germanos vándalos de Africa no terminan de someterse, y en la vecina Italia, las revueltas entre diferentes clanes dinásticos, han dado al traste con la toma y posesión de Roma.
Así pues, con este panorama tan desolador, que no es otra cosa que un cambio orquestado por el altísimo, llegamos a este puerto decrépito, del que una vez partió Aníbal, el gran general púnico, para no volver. Nos han hablado de la familia del Dux Severiano, antiguo gobernador de este lugar. Un gran hombre, con grandes hijos, que según parece, han tenido que salir de aquí y dedicarse al sacerdocio. Esperamos que el señor les depare mejor destino que a la ciudad en la que nacieron.
Nosotros, por nuestra parte, arribamos en este día ventoso, para dirigirnos, a través de las ruinas que un día fueron edificios majestuosos, a un paraje, cercano a la laguna salada, en el cual se establecieron los hombres desde el comienzo de la creación. Según dicen, ya los pueblos anteriores a Roma se establecieron en sus cercanías para alabar a sus dioses en los promontorios gemelos. Ellos tal vez no lo sabían, pero estaban alabando al mismísimo Dios...
Allí nos dirigimos. Donde desde hace un tiempo se han establecido unos compañeros que siguen las ordenanzas de San Agustín. Habitan unas cuevas en un monte cercano al mar, desde el cual habrán divisado nuestra llegada. Dedican todo el día a la meditación, a llegar a conocer a Dios. E incluso algunos han hecho votos de silencio, según nos comenta el monje que ha venido a nuestro encuentro al puerto.
Esperamos que nuestro nuevo establecimiento religioso sea de su agrado, y un punto de encuentro para todos aquellos que peregrinamos a adorar a nuestro querido Gilles...